psicorendimiento

Lucía Luengas

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Empezaré por el principio. Vengo de una buena familia creció muy unida. Me crié entre el amor de mi hermana, los besos de mis padres y la comida de mi abuela. De muy pequeña cada vez que me caía, me ponía a llorar y me quedaba sin respiración, muy tiesa, con los ojos en blanco.

A veces me ponía hasta de color azul y mi padre entonces tenía que zarandearme muy asustado para que volviera a respirar de nuevo. Eso provocó mucho malestar en casa. No entendían por qué me ocurría. Eso es a las episodios hicieron que me llevaran al médico con mucho miedo de que fueran ataques de epilepsia o algo peor, pero lo descartaron todo.

Se trataba de apnea emotiva. El médico les dio indicaciones de manejo ambiental (revisión de la dinámica familiar en torno a mí dando indicaciones de tipo conductual después del análisis de los factores desencadenantes) y la esperanza de que cediera con el paso del tiempo.Tal y como lo lees, era una respuesta que tenía ante las emociones intensas, la ira, la frustración, la incontinencia de una sensación desagradable que despertaba en mí esa manera de reaccionar. No tenía otras herramientas y me bloqueaba (literalmente, hasta el punto de ahogarme siendo una niña de dos años)

Ha pasado ya mucho tiempo de eso.

Pero hoy en día sigo siendo esa niña que continúa aprendiendo a relacionarse mejor, reaccionar mejor, a no vivir con tanto peso encima y a descubrir el poder que tengo dentro de mí para modularme. Me cambiaron varias veces de instituto.

Nunca llegué a tener el típico grupo de amigos de toda la vida, porque cada poco tiempo volvía a empezar de nuevo. Eso me hacía sufrir en silencio y estar enfadada con el mundo exterior. 

Cuando pasa el tiempo descubres la importancia de estar bien en soledad, de regar tus plantas y de comunicarte en primer lugar con tu interior de una manera adecuada y respetuosa, y solo a partir de ese punto eres capaz de establecer vínculos afectivos fuertes y con bases sólidas que te impulsen a una mejor versión. De esta manera, no permites que cualquiera entre a pisotear aquello que te ha costado tanto que creciera. 

Te vuelves más exigente, pero a la vez más compasivo/a. Sabes poner tus límites pero empatizas con los demás, sin llegar a perderte por el camino. Es una transformación lenta y amarga, pero su fruto es el más dulce. 

Lo que ocurría es que cuando era niña, me sentía rechazada por los demás y me aislaba. Te vuelves un perro que ha pasado toda su vida atado en soledad y maltratado, un perro “malo”, que está enfadado y que te morderá si te acercas. Supongo que una vez fui ese perro. Supongo que en algún momento todos hemos sido ese perro.

Siempre tuve presente el deporte en mi vida, pero no de la manera en la que a mí me hubiera gustado. He pasado más horas metida en una piscina que haciendo cualquier otra actividad. La verdad que recuerdo ir a entrenar como un sufrimiento. No había día que tuviera ganas. 

En mi primera competición de Madrid, 200m libres, me paré al tercer largo llorando y me salí en mitad de la serie. Mi familia estaba en las gradas mirándome y yo no podía gestionar tanta presión.

El primer ataque de ansiedad que recuerdo. Había vuelto a fallar. Había vuelto a decepcionar a los míos. Volvía a sentir culpa y no era capaz de reducir el impacto emocional que eso me causaba.

Como podrás ver, siempre he sido muy sensible. 

Durante un tiempo pensé que era más débil que los demás. Tuve algunos inconvenientes con mi alimentación y sufría mucho de migrañas. Me culpaba por todo aquello. Solo quería ser una chica normal. Normal. De las que hacen las cosas sin tanta intensidad. 

Eso me condujo por un camino de mucha incertidumbre y cambios en mi personalidad. Mi autoestima dependía mucho del reconocimiento externo, de lo que me decían que estaba bien o mal en mí.

Comencé a estudiar psicología porque en terapia fue la primera vez que me sentí en comprensión. Allí era válida, completa e increíble. Mi terapeuta estaba orgulloso de mí y de mis progresos. Y empecé a creérmelo yo también.

Comencé la carrera y con ella los mejores (y más dolorosos) cambios en mi vida. Dejé atrás muchos miedos, dudas y personas. Me enamoré de nuevas aficiones. Conecté con el deporte como nunca había hecho antes. Me reconcilié conmigo misma.

Estaba experimentando tanto bienestar que tenía que compartirlo con el mundo y gritarle a los demás que no estaban solos, que el camino es oscuro pero el secreto está en seguir caminando aún cuando la niebla bloquea tu visión. 

Comencé a escribir, a grabar podcast, a divulgar en las redes sociales… Cada vez más personas se sumaban a mi lado.

Seguí estudiando e invirtiendo en mi conocimiento. Me orienté en terapias de tercera generación, conocí la meditación y trabajé en torno a la compasión y los valores personales y comencé a cursar en Psicología Sanitaria para acompañar a las personas en su propio descubrimiento.

Y aquí estoy. Más sensible y consciente que nunca. Amando las capacidades de mi cuerpo y de mi mente, cuidando mi salud y recogiendo lecciones de cada huella que la vida me va dejando.

Y en este espacio, solo espero compartirlas contigo.

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